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El brote de COVID-19 ha tenido, y seguirá teniendo, un impacto tremendo en países de todo el mundo hasta que la pandemia se controle mediante el distanciamiento físico, el enmascaramiento, el lavado frecuente de manos con agua y jabón y la distribución mundial equitativa de las vacunas contra el COVID-19.1 El efecto de la pandemia en la salud pública mundial y el bienestar social y económico de las personas y las comunidades, en particular de los vulnerables o marginados, ha sido devastador.2 Desde el inicio de la pandemia, los impactos del COVID-19 han incluido un acceso reducido a alimentos nutritivos,3 graves interrupciones en las cadenas de suministro de alimentos,4 un retroceso democrático acelerado,5 aumento de las desigualdades económicas, agravamiento acelerado de la crisis mundial de la educación,6 y mayor tensión en los sistemas de agua.7 Es probable que estos desafíos continúen a corto y mediano plazo.8 Además, el COVID-19 tendrá efectos a largo plazo en diferentes sectores de países de todo el mundo, al contrarrestar potencialmente los logros del desarrollo, incluidos los relacionados con la igualdad de género, como el aumento de la vulnerabilidad de las mujeres a la inseguridad alimentaria y la desnutrición, ampliar las brechas de pobreza de género, aumentar la incidencia de violencia basada en género, exacerbar la carga del trabajo no remunerado, aumentar la exposición y el riesgo de COVID-19 para los trabajadores de primera línea,9 obstaculizar el acceso de las mujeres a los servicios de salud sexual y reproductiva e intensificar las formas de violencia y discriminación.

Las respuestas anteriores a las emergencias y pandemias de salud pública mundial (incluido el Ébola, el Zika y el síndrome respiratorio agudo severo [SARS]), junto con la respuesta al COVID-19 hasta la fecha, han dejado en claro que la integración de un compromiso con la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en el diseño y la implementación de la actividad son vitales para apoyar a las comunidades afectadas y salvar vidas. En este contexto, es fundamental adaptar la programación para responder a la manera en que el COVID-19 está afectando a mujeres y niñas, hombres y niños de diferentes edades, discapacidades, etnias, razas y grupos socioeconómicos y demográficos. Además, dicha programación es una oportunidad no solo para mitigar los riesgos de retroceso en los logros de la igualdad de género y retroceso económico y de salud relacionados, sino también para promover los roles y oportunidades de liderazgo de las mujeres.